Los suelos laminados fueron creados a finales de la década de los 70 en Suecia. En 1977, una compañía que había sufrido una drástica caída de las ventas de sus laminados creó un comité para desarrollar ideas que mejoraran el producto.
El grupo se llamaba “Idé-77” y superó un centenar de propuestas, cuyo destaque fue la idea n.º 23, con el nombre de “suelo laminado” (en sueco, “Perkett – laminatgolv”). En otoño de 1979, se lanzó este suelo, que se expandió por todo el mundo debido a su bajo coste, facilidad de instalación y durabilidad.
El suelo laminado está formado por múltiples capas que, en general, derivan de la madera. La última capa lleva impreso el dibujo que suele imitar diversos tipos de madera, piedras, cerámicas, etcétera.
Son muy resistentes a manchas, desgaste por el sol y químicos comunes en los hogares. Tienes que asegurarte de que tu suelo laminado es de buena calidad para que así resista a la presión y a la humedad de las dependencias de tu casa.
Las juntas son un punto frágil de los suelos laminados. La instalación debe ser realizada de la forma más detallista y nivelada posible, para evitar las separaciones de las ranuras.
Los dibujos también cambian mucho según las modas, por eso es difícil conseguir recambios para el suelo. Así que recomendamos que compres para que sobre, de cara a futuras reformas, o en caso de que una junta se astille por golpes o humedades. El suelo laminado no se puede arreglar, sino sustituir por un nuevo.
Otra curiosidad de estos suelos es que acostumbran a producir una descarga electrostática que se convierte en calambres cuando tocas a otra persona o a una superficie metálica. Así que te recomendamos que estén tratados para ser antiestáticos y asegurar la comodidad de tu familia.